Mis cosas

MI HIJO CUMPLE 18 AÑOS

By 5 febrero 2016 7 Comments

Los Ojos de Silvia Salgado Mateo Bebé

Después de dieciocho años empiezo a ser una buena madre. Eso creo. Ahora apenas recuerdo lo que era una noche en vela, o lo poco que tardaba en preparar una bolsa de bebé con TODO lo que el niño necesitaba para “sobrevivir” dos horas fuera de casa…y me sonrío. Me sonrío, sí,  porque hace dieciocho años llegué a pensar que podría llegar a morir de sueño (lo juro), que NUNCA volvería a meterme en una talla 38, que JAMÁS volvería a quedar un viernes para cenar-copear-bailar hasta las seis de la madrugada, y lo más importante…que nunca, nunca más dejaría de tener miedo.

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Pues bien, de todo, esto último es lo único cierto…porque he vuelto a dormir siete horas seguidas e infinidad de siestas, he llegado a casa al amanecer contracturada de tanto bailar, y desde hace 18 años no he cambiado de talla (sigo en la 38, con esfuerzo, sí, pero ahí sigo). Pero lo que JAMÁS recuperaré es la sensación de no tener miedo…ese miedo al que alude Federico Luppi en la película “Martin Hache” cuando explica qué es querer a un hijo. Decía algo así:

“…No es quererlo; es peor. Tenés miedo, no se puede controlar. Tenés miedo a que le pase algo, querés estar siempre con él… pero vos sabés que no puede ser. No es miedo a que se muera, es miedo a que le pase algo, a que sufra. No podés ni pensar en que se pueda morir, te duele pensarlo, te da pánico porque sabés que si eso llega a pasar, no vas a sufrir ni te va a doler… te va a destruir. Vas a dejar de existir aunque sigas viviendo. Si se muere, te morís con él, así de sencillo…”

 Dios mío, cuántas veces he hecho mías sus palabras!…sobre todo, después de comprobar que ese miedo no es patrimonio del primogénito, sino que se  multiplica con cada hijo…se transforma, pero siempre está ahí; da igual la edad que tengan.

El caso es que, bien porque se acerca la fecha de su cumpleaños, bien porque tenía en mente escribir este post, llevo días recordando intensamente lo que supuso la llegada de Mateo a mi vida. Había estado nueve meses nadando como una cabrona, preparándome como Esther Williams para un parto perfecto, pero nada fue como había previsto. Yo  salía de cuentas…y Mateo se resistía a salir de mí. Al principio lo intentó, pero después de diez horas de contracciones decidió que él ya había hecho su parte y que fuera “la montaña” a buscarle. Y eso hice…ir a por él (como tantas veces he hecho a lo largo de estos 18 años).

Cuando el ginecólogo me dijo “tengo que sacártelo porque el bebé empieza a sufrir”, me vine abajo…¡joder, que yo llevaba nueve meses visualizando un super-parto-nórdico-zen-divino de la muerte con música de fondo, la melena a un lado perfectamente colocada y yo, bella como Angelina Jolie, aguantando los “dolorcillos” con una maravillosa sonrisa en la boca!!!!…PUES NO. Cesárea al canto…y allí estaba yo, solita en un quirófano parecido al taller donde cambio el aceite del coche, con un reloj gigante en la pared de enfrente (es lo único que podía ver), insensibilizada de cintura para abajo por culpa de la epidural…y por supuesto sin música de fondo.

Yo no sabía cuánto duraría aquello, pero cuando el reloj marcó las 10 y 7 minutos, el médico empezó a trastear dentro de mi barriga como si estuviera buscando oro. No sentía dolor, tan sólo la lucha del ginecólogo moviéndome como si fuera un fardo. Yo, absolutamente sobrepasada por todo aquello, preguntaba que qué tal iba todo, que si veían a mi niño…pero el médico no contestaba…solo bufaba…y luchaba…le oí decir que el niño venía con dos vueltas de cordón al cuello…no, aquello no era lo esperado. Y por primera vez en mi vida supe lo que era el miedo… un miedo desconocido, poderoso, que fijaba el límite entre la felicidad y la angustia más insondable…De repente, el médico, con los dientes apretados y pronunciando las palabras con mucho esfuerzo dijo:  “aquiiiíestaaaaaaá”. Eran las diez y diez minutos del 7 de febrero de 1998…el instante en que mi vida cambió para siempre.

Los Ojos de Silvia Salgado Mateo Hijo

Mateo entró en nuestras vidas como un tsunami. Nos regaló el privilegio de estrenar sentimientos desconocidos, de catar y saborear cientos de primeras experiencias: primer hijo, primer nieto, primer sobrino, primera sonrisa, primera palabra, primera caída, primera fiebre, primera guardería, primer beso, primer disgusto, primeras notas, primeras gafas, primer partido de fútbol, primer viaje al extranjero…y en realidad así sigue siendo, porque todo lo que Mateo va experimentando es algo nuevo para mí. De nada me vale haber vivido antes.

Su vida es suya…y taaaaan diferente a la mía!! Yo comencé a trabajar con dieciocho años;  me había educado en la absurda convicción de que si un estudiante no terminaba la carrera a los 23 años estaba tirando su futuro a la basura. Qué diferente es todo…ahora, me duele la boca de decirle a mi hijo que si dentro de unos meses no tiene claro lo que quiere estudiar, que no pierda el tiempo en la Universidad y regrese a Estados Unidos, que la vida es larga, que la juventud dura poco, que está a tiempo de vivir, de experimentar, de aprender, de conocer, de viajar y de empaparse de otras vidas y otros paisajes.

Si, creo que ahora soy mejor madre. Y cada día me esfuerzo por regalarle independencia, seguridad y confianza en sí mismo. Cada día intento ser un poco menos egoísta y animarle a que vuele lejos de mí.

Sólo quiero que, cuando me necesite, cuando vaya descubriendo que a veces la vida te regatea…y te quiebra…y te golpea, mis hombros seguirán siendo un buen lugar para dejar de llorar, algo que siempre me ha contagiado una fuerza inexplicable, la misma que sentí hace 18 años, cuando acunaba su cuerpecito febril de madrugada y comprendí que estaba donde tenía que estar.

Hoy, con su metro 84 centímetros, Mateo ya no se deja acunar. Y ha entrado en ese limbo masculino donde flotan quienes ya no son adolescentes y tampoco adultos…esa “edad rara” en la que vuelves a recuperar la capacidad de abrazar a tus padres sin morirte de vergüenza y al mismo tiempo adoleces de la seguridad necesaria para avanzar con paso firme en eso que llaman mayoría de edad.

Los Ojos de Silvia Salgado Mateo Gallego Dieciocho Cumpleaños

Pero sí, a todos los efectos, el 7 de febrero mi niño será mayor de edad; podrá ir a la cárcel, conducir un coche, votar, abrir un negocio, usar armas de fuego, comprar o vender cosas y tatuarse de arriba abajo sin mi permiso.

¿Que si tengo miedo? Sí, claro. Muchísimo. Pero forma parte del “contrato”. Y como después de 18 años me he propuesto que mis miedos no lastren su vuelo,  sólo hay dos opciones: sufrirlo o disfrutarlo. Si él me deja, seguiré a su lado…observándole, queriéndole… y agradeciendo al Universo cada día de mi vida el privilegio de haberle tenido. FELICIDADES, AMOR.

Author Silvia Salgado

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