Una de las poquísimas cosas buenas que nos ha dejado la crisis ha sido la democratización de las uñas. De un tiempo a esta parte, los locales donde te hacen manicura y pedicura express-low cost han proliferado como setas y llevar las manos arregladas está al alcance de cualquiera…ya no es privilegio de potentadas y pititas con mucho tiempo libre. Vayas por el barrio que vayas, rara es la calle donde no haya un negocio de uñas…por no hablar de los “quiosquillos” que te encuentras en cualquier centro comercial al pie de la escalera mecánica o pegados a la nuca de una cajera de Carrefour.
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A mí, eso de que donde antes había un videoclub ahora haya un “Nails, Super Nails, Nails for you, Beauty Nails, My Nails o Nails for ever”, me parece estupendo, pero admito que no va, o mejor dicho, no IBA conmigo. Y eso que me lanzo a probar de todo, pero el “tema pelo” y el “tema uñas”…mmmmm…no sé…no me fío de-na-die. Que sí, que yo era la primera que pensaba, “qué bobada, si no me gusta cómo me dejan las manos, lo único que tengo que perder es un bote de acetona para quitarme el esmalte”. Pero vamos, que en ningún caso sería algo tan trágico como un tinte mal dado o ya no digamos, un corte de pelo desgraciado…
El caso es que, entre que soy bastante apañada para hacerme solita la manicura y que no entendía yo esa querencia de las mujeres por plantarse en mitad de un centro comercial y pintarse las uñas a la vista de todo el mundo, pues eso, que nunca me planteé tal experiencia. Pero como tengo una bocaza que me pieeeeeerde y cada vez que digo “de este agua no beberé” acabo ahogada, pues aquí estoy, escribiendo un post sobre manicuras low cost: mi última y recién adquirida ADICCIÓN.
Todo empezó hace dos meses en Lavapiés. Eran las nueve y media de la mañana, hacía un frío pelón y tenía que hacer tiempo hasta las once. Podría haber entrado en cualquier bar a tomar el tercer café de la mañana, pero tengo un problema: no sé comer ni beber sola…no me gusta. Me siento rara, observada…y me da por pensar que me miran como si buscara plan…no sé adónde mirar ni a quien (sí, ya sé que es una gilipollez). El caso es que iba caminando por la calle y a pesar de lo temprano que era, había CUATRO locales de uñas abiertos. No sé qué me impactó más, si el cartel de “manicura express a 3 euros” o ver que dentro ya había cinco mujeres haciéndose la manicura, ¡cinco nada menos! Y como no tenía nada que hacer y estaba aterida de frío, entré sin pensarlo.
Salió de la trastienda una chica vietnamita y me preguntó 18 cosas seguidas que no entendí, pero antes de que le dijera que era mi primera vez, que ignoraba si tenía que haber pedido cita por teléfono, que no tenía muy claro lo que quería hacerme y que en realidad ya me estaba arrepintiendo de haber entrado, me encontré sentada con las manos metidas en un cuenco de agua caliente mientras elegía uno de los cincuenta y cuatro tonos de rojo que había en el catálogo. Sí. ¡CINCUENTA Y CUATRO! Y ahí estaba yo; rodeada de muebles lacados en rojo brillante, oyendo rock vietnamita de fondo, abducida por el rollo manga y preguntándome qué coño hacía yo allí a las nueve y media de la mañana. “Bueno, igual me da un para post”, pensé.
Entonces me salió la vena periodística y empecé a acribillar a preguntas a la pobre joven vietnamita: que cuánto tiempo llevaba en España, que si todas las chicas que había allí dándole a la lima eran de la misma familia, que si en Vietnam ésto de las manicuras era tan habitual como aquí la paella, que dónde se había formado y lo más importante…que por qué en cada local había un hombre en actitud de controlarlas a todas…en fin…que me disparé. Y de repente me interesaba muchísimo saber cómo era la vida de todas esas chicas, pero ella no hablaba ni papa de español…es más, ni me miró a la cara…y yo me quedé como estaba. Pero mira, con toda la tontería, habían pasado solo quince minutos y yo ya me veía las uñas monísimas. Intuí que lo que “había pedido” (o más bien lo que la chica decidió por falta de comunicación), era una manicura express, es decir, limado, pulido y esmaltado, porque después de hacerme todo eso, enchufó un secamanos y allí me dejó otros quince minutos más.
Ella se metió en la trastienda con el resto de compatriotas (a las que en mi imaginación emparenté como hermanas), y como no había mucho que yo pudiera hacer (porque ni siquiera podía manipular el móvil), decidí hacer una inspección ocular exhaustiva del garito ¡Entonces lo ví! Tuve que ponerme el cerebro de nuevo y regresar de mi viaje astral vietnamita para entender lo que tenía delante de mí: una hilera de cápsulas espaciales con una especie de inodoro incorporado que resultó ser un spa para pies.
WOWWWWWW…o sacaba una foto o nadie me creería, pero me aterrorizaba que la chica me pillara sacando las manos del secador para hacer una foto con el móvil. Después de todo, igual era yo la única persona en el mundo que nunca había visto un sillón de pedicura de este tipo y quedaba como una paleta fotografiándolo.
El caso es que esperé como una niña buena a que terminara la “operación secado”. La chica vino, me aplastó la uña sin contemplaciones, comprobó que estaba perfectamente seca, y sin más, me indicó con un gesto de barbilla apuntando hacia la puerta que había acabado conmigo. Le pagué cinco euros y ya estaba a punto de irme, pero no pude resistir la tentación y le pregunté si podía sacar una foto de los sillones. Yo no sé qué entendería la pobre, pero vino corriendo con un muestrario de uñas postizas “imposibles” decoradas con purpurina, piedrecitas y brillantes “a lo Kimera”, como la madre Melody Nakachian. “Que no, que no”, la explicaba yo, “que no quiero hacerme nada más”. Vete tú a saber por qué pensó que me pegaba a mí ese rollo, en fin.
Y esa fue mi primera vez. Pero ha habido muchas más. De hecho, voy siempre que puedo. Cada vez he entrado en un local diferente, y aún me quedan dos o tres más por conocer. Así que he pasado del “yo nunca” al “todas las semanas”. Y estoy encantada, entre otras cosas porque ya sé que si me dicen “pisa tú”, sin más, en realidad me están preguntando si llevo prisa y por tanto deseo una manicura express…o que “Opi uno má” significa que si elijo la marca Opi, el precio se encarece en un euro.
Resumiendo: que para lucir unas manos impecables no hace falta gastarse un pastón, ni perder media mañana, ni pedir cita previa. Basta con tener media hora…y ganas de probar. Pero claro, este post no estaría completo si no os contara mi experiencia en uno de esos puestos de manicura y pedicura que han proliferado en los centros comerciales…sí, esos en los que juré que jamás me sentaría porque “¡antes mueeeerta que arreglarme las manos a la vista de todo el mundo!” Pero eso, mejor os lo cuento la semana que viene.