Barbadillo Vi. Siiiii, Vi. No me he equivocado, porque no es “6” en números romanos, sino “vi”…vaya, como el pretérito perfecto simple del verbo ver…lo digo porque este detalle es importante a la hora de pedir este vinazo que acabo de descubrir y que ha conseguido que yo, “la-del-vino-tinto-siempre-por-supuessssto”, haya sido absolutamente infiel a mis principios y me haya convertido en la fan número uno de este blanco.
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Pero claro, lo difícil era lo contrario, porque ¡hay que ver lo bien que lo ha hecho la familia Barbadillo creando este vino de sólo 6 grados!…precisamente la baja graduación es el reclamo para captar a los más jóvenes. Tened en cuenta que una cerveza tiene 5 grados…y bueno, no seré yo quien incite a los jovenzuelos a la bebida, pero entre una caña y este Barbadillo, no hay color. Se toma muuuuy frío. Es dulce, tiene un pelín de aguja y a mí me lo ofrecieron como aperitivo, pero no os engaño, podría haberlo tomado incluso para desayunar. Mmmmmm…quéeeee ricoooo!!!!…E insisto; no soy yo de blancos.
Y claro, si además tienes el privilegio de degustarlo a bordo de un barco que nos llevó desde Sevilla hasta Sanlúcar de Barrameda por la ruta de los galeones, escuchando ópera en vivo, disfrutando de la compañía de la familia Barbadillo y alucinando con la vista incomparable que te regala la desembocadura del Guadalquivir…puffff…”pa qué más”!
Y es que la familia Barbadillo tiró la casa por la ventana para celebrar su 40 aniversario. Convirtieron un evento que podía haberse quedado en lo meramente correcto, en un derroche de buen gusto…porque…¡vaya si se la jugaron!…sí… SE LA JUGARON apostando por una celebración absolutamente transgresora…y ARRASARON, porque os aseguro que la “O” de la boca no se nos quitó a ninguno durante el viaje. Era un “ahora, más difícil todavía”. La cena en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla y la travesía en barco por el Guadalquivir fue sólo el aperitivo
Lo verdaderamente grande vendría después, en las bodegas sanluqueñas…en la “catedral del vino”…(y de hecho así se la conoce a esta espectacular bodega, una de las tres más bonitas de España), que deja entrar el viento de poniente y frena el de levante para preservar la calidad de sus botas (que no toneles, ojo). Esta curiosidad me fascinó. Bueno, ésta y otras muchas que me contó Alvaro Alés, el director de marketing de Barbadillo. ¡Ay…cuántas cosas aprendí!
Total, que nadie sabía lo que allí nos esperaba. Conocíamos el nombre del espectáculo: “Un mar infinito”… y poco más. Ni en el mejor de mis sueños habría imaginado algo igual…
Primero fue el taconeo hipnótico de un bailaor que recorrió los 150 metros de la mesa infinita donde se serviría la cena. Luego, la danza ultra-mega sensual de una pareja que entre piruetas y acrobacias imposibles extendió ese mantel infiniiiiito que cubrió la mesa. Brutal. Y cuando los invitados aún seguíamos apabullados por la belleza del espectáculo, una legión de camareros consiguió montar la mesa en menos de ¡tres minutos! al ritmo de las palmas. Uffffff…tre-men-do.
Y a todo ésto, con mi Barbadillo Vi en la mano, que parecía que me hubieran pegado la copa con Loctite (doy fe de la graduación de 6 grados, porque si no, ya me contaréis…me habría subido yo a la mesa a taconear…o lo que es peor, a intentar extender ese mantel de 150 metros haciendo el pino-puente…con el consiguiente castañazo, claro. Pero lo dicho, que me vine arriba lo justo para disfrutar de mi incontrolada hemorragia de endorfinas sin arruinar el espectáculo. Ayyyy…la edad me da prudencia.
P.D. Os será prácticamente imposible conseguir una botella de Barbadillo Vi. No, no porque me bebiera yo todas las botellas, sino porque ha sido una producción limitada y tendrá que pasar un tiempo hasta que las volváis a ver en circulación. Ainnnns.